No de otra
manera puede llamarse la gestión de Edgardo Malaspina en el Guárico, sacando
libros de su editorial, como de un sombrero. Pero también exhumando valores,
que publican otros, como esta biografía de Ernesto Luís Rodríguez: el último
juglar, que lanza a las coordenadas de la conciencia nacional el Sacven en
2008. Prolífico en divulgar y comentar la obra ajena y consignar la suya a una
voraz audiencia, he aquí que tal magia no es tan común, ya que siempre nos
sorprende por lo novedosa e inesperada. Lee uno esta saga del muchacho de los
versos cristalinos de una zaraceñidad señera, con esa delectación con que los
cuentos de hadas narran cómo los santos anhelos y el tesón recompensan al desposeído
hasta consagrarlo en los más altos sitiales del reino. Es lo que va
avizorándose con el discurrir de esta existencia cuidadosamente armada por
Edgardo con datos incontrovertibles, radiantes versos e ilustraciones con
momentos estelares de la actuación del protagonista y su hermosa familia.
Un ensayo que colma una sed con respecto a la trayectoria de uno de los
guariqueños que con mas fervor, cantó, amó y difundió los restos de un modo de
ser, que si un día se extingue, habrá que bucearla en líneas como las trazadas
por el poeta o reveladas por sus biógrafos. Esencialidad que jamás estuvo
desarraigada de sus hechos y decires. Transcurren los instantes de
esa niñez sin fin que preside la buena mujer que fue la madre, el padre
errante, transfigurados en versos con que el poeta cancela sueños y
esperas. La escuelita pobre en la que una maestra de colores guió los
dedos tímidos, esa cesta de pájaros que llegaba a volcar cada amanecer frases y
monosílabos, el aroma de cundeamor de los solares, la somnolencia del camino,
los domingos de gallos y bolas criollas y el flux para la comunión o los viajes
en un mundo donde no hubo más que manos amigas, fiestas cándidas y muchachas en
flor. Santa reiteración en que la única ronda era alegría, definitivamente plasmada
por Ernesto Luís en sus libros y reportada por Edgardo en relieves perdurables.
El amoroso recorrido con que el joven y fructífero médico abona buena parte del
tributo que debemos al juglar pasitrotero que izó su poesía en los más
apartados rincones del país.
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